la literatura, un espejo
Todo
arte es la expresión de los símbolos personales , símbolos que,
sacados de su contexto real, la mente del artista convierte en coherentes dentro de otro contexto que, aunque inventado, podría ser real. Así, el arte se
convierte en espejo de la vida.
Yo creo que la literatura recoge la vida, la baraja con la imaginación a su manera, la transforma, la estructura y la sostiene con los misteriosos agarres de la verdad sentida de la escritora, su verdad, sólo constatable porque la persona así nos lo cuenta. Así, es la imaginación la que nos lleva a comprender que la verdadera historia de la vida se transmite más allá de los monstruos personales y sociales; pero en esos mismos monstruos, domados por el oficio de la persona artista, en este caso, artesana de la palabra.
La literatura, el arte, trata de los sueños. No de cómo hacer que los sueños se hagan realidad, sino de la verdad escondida en ellos. Si no soñamos, enfermamos. El arte es el sueño de nuestras horas de vigilia. Si no soñamos despiertos, la mente queda mutilada. Lo mágico es que sólo a través del arte, nuestros sueños, podemos llegar a entender los secretos de la vida.
La literatura, como cualquier arte, trata de espejos y de sombras. Todo lo que puede lograse a través del trabajo de la imaginación y de la razón refleja nuestro más profundo ser interior. El lado oscuro o iluminado de nuestro corazón queda expuesto frente al lado oscuro o iluminado de la vida. En nuestras misteriosas ensoñaciones podemos vernos reflejados unos en otros. Podemos también vernos a nosotros mismos y así llegar a ser más nosotros, más nuestros, más cada uno.
La literatura está llena de símbolos de lo que va a venir, de lo que es, de lo que ha sido. Un despliegue de vida, historia, verdad y belleza que sólo el corazón humano, y no su razón, puede llegar a comprender de esa manera integral que sólo el corazón comprende, recordando a Saint Exupéry cuando nos dice que lo esencial es invisible para los ojos[1] .
Bucear en la vida o en la Historia, pescar en las redes de la memoria sus momentos esenciales, poner en palabras comprensibles y estructuradas las imágenes del ser más hondo, sentir, ver y entender, ordenar esas cosas intangibles, ponerlas en secuencias, trabadas con hilos invisibles y pilares escondidos, construir con todo eso una narración reconocible, una casa habitable, por donde el lector ajeno pueda transitar: eso es una novela.
He dicho ajeno. Pero un lector nunca es totalmente ajeno a una historia contada. Un lector es siempre un ser humano con su experiencia vital, sus propios dolores, sus certezas, sus dudas, sus misterios y su nada. Un lector es un abismo y una montaña. Un lector sabe de la vida y comprende y gestiona su propia realidad reconocible en el espejo, en las sombras y las luces de la literatura, a través de las sombras y las luces de quien escribe. Una novela, un relato, sólo es ese espejo que nos muestra la realidad misteriosa de los corazones individuales, tanto si sufren como si ríen; tanto si crecen en la emoción como si se aburren.
Una novela, un poema, un cuadro, una escultura, son siempre un trabajo de la imaginación. Como todo acto de imaginación, la literatura, el arte, recogen la vida y la ponen de espejo. Ante ese espejo, imagen replicada, nos preguntamos incansables el significado de la realidad.
Nos preguntamos con la razón, con lo más dirigente y “desmenuzador de vida” que la evolución concedió al hombre; con la inteligencia, con esa capacidad nuestra de analizar, aceptar, descartar, poner, quitar, elucubrar y juzgar.
Nos preguntamos, con toda la fuerza de lo que significa cuestionarse algo.
Ante el trabajo de la imaginación, nos preguntamos con la razón el significado y procedencia de las cosas de la vida, es decir, la historia de las personas.
Soy de quienes opinan que la historia, la realidad de la vida, está escrita en el arte, no en los anales. Hay más historia, más verdad, por ejemplo, en el Guernica de Picasso, más dolor, más resquebrajaduras del corazón, más madres rotas, más niños muertos, más destrucción, que en ninguna crónica “real y constatable” de lo que ocurrió. ¿Acaso podemos decir que porque verdaderamente ocurrió el bombardeo de Guernica, la obra de Picasso no es arte? Precisamente porque es arte y precisamente porque el horror de Guernica es historia, el cuadro de Picasso nos transmite una verdad incontestable, narrada en imágenes por el artista. Un espejo para vivir y comprender. Para llorar. Para ser más humanos. Para crecer. Para ser más sabios.
[1] Voici mon secret. Il est très simple: on ne voit bien qu'avec le cœur. L'essentiel est invisible pour les yeux.. (Le Petit Prince, Antoine de Saint Exupéry, capítulo XXI.
Yo creo que la literatura recoge la vida, la baraja con la imaginación a su manera, la transforma, la estructura y la sostiene con los misteriosos agarres de la verdad sentida de la escritora, su verdad, sólo constatable porque la persona así nos lo cuenta. Así, es la imaginación la que nos lleva a comprender que la verdadera historia de la vida se transmite más allá de los monstruos personales y sociales; pero en esos mismos monstruos, domados por el oficio de la persona artista, en este caso, artesana de la palabra.
La literatura, el arte, trata de los sueños. No de cómo hacer que los sueños se hagan realidad, sino de la verdad escondida en ellos. Si no soñamos, enfermamos. El arte es el sueño de nuestras horas de vigilia. Si no soñamos despiertos, la mente queda mutilada. Lo mágico es que sólo a través del arte, nuestros sueños, podemos llegar a entender los secretos de la vida.
La literatura, como cualquier arte, trata de espejos y de sombras. Todo lo que puede lograse a través del trabajo de la imaginación y de la razón refleja nuestro más profundo ser interior. El lado oscuro o iluminado de nuestro corazón queda expuesto frente al lado oscuro o iluminado de la vida. En nuestras misteriosas ensoñaciones podemos vernos reflejados unos en otros. Podemos también vernos a nosotros mismos y así llegar a ser más nosotros, más nuestros, más cada uno.
La literatura está llena de símbolos de lo que va a venir, de lo que es, de lo que ha sido. Un despliegue de vida, historia, verdad y belleza que sólo el corazón humano, y no su razón, puede llegar a comprender de esa manera integral que sólo el corazón comprende, recordando a Saint Exupéry cuando nos dice que lo esencial es invisible para los ojos[1] .
Bucear en la vida o en la Historia, pescar en las redes de la memoria sus momentos esenciales, poner en palabras comprensibles y estructuradas las imágenes del ser más hondo, sentir, ver y entender, ordenar esas cosas intangibles, ponerlas en secuencias, trabadas con hilos invisibles y pilares escondidos, construir con todo eso una narración reconocible, una casa habitable, por donde el lector ajeno pueda transitar: eso es una novela.
He dicho ajeno. Pero un lector nunca es totalmente ajeno a una historia contada. Un lector es siempre un ser humano con su experiencia vital, sus propios dolores, sus certezas, sus dudas, sus misterios y su nada. Un lector es un abismo y una montaña. Un lector sabe de la vida y comprende y gestiona su propia realidad reconocible en el espejo, en las sombras y las luces de la literatura, a través de las sombras y las luces de quien escribe. Una novela, un relato, sólo es ese espejo que nos muestra la realidad misteriosa de los corazones individuales, tanto si sufren como si ríen; tanto si crecen en la emoción como si se aburren.
Una novela, un poema, un cuadro, una escultura, son siempre un trabajo de la imaginación. Como todo acto de imaginación, la literatura, el arte, recogen la vida y la ponen de espejo. Ante ese espejo, imagen replicada, nos preguntamos incansables el significado de la realidad.
Nos preguntamos con la razón, con lo más dirigente y “desmenuzador de vida” que la evolución concedió al hombre; con la inteligencia, con esa capacidad nuestra de analizar, aceptar, descartar, poner, quitar, elucubrar y juzgar.
Nos preguntamos, con toda la fuerza de lo que significa cuestionarse algo.
Ante el trabajo de la imaginación, nos preguntamos con la razón el significado y procedencia de las cosas de la vida, es decir, la historia de las personas.
Soy de quienes opinan que la historia, la realidad de la vida, está escrita en el arte, no en los anales. Hay más historia, más verdad, por ejemplo, en el Guernica de Picasso, más dolor, más resquebrajaduras del corazón, más madres rotas, más niños muertos, más destrucción, que en ninguna crónica “real y constatable” de lo que ocurrió. ¿Acaso podemos decir que porque verdaderamente ocurrió el bombardeo de Guernica, la obra de Picasso no es arte? Precisamente porque es arte y precisamente porque el horror de Guernica es historia, el cuadro de Picasso nos transmite una verdad incontestable, narrada en imágenes por el artista. Un espejo para vivir y comprender. Para llorar. Para ser más humanos. Para crecer. Para ser más sabios.
[1] Voici mon secret. Il est très simple: on ne voit bien qu'avec le cœur. L'essentiel est invisible pour les yeux.. (Le Petit Prince, Antoine de Saint Exupéry, capítulo XXI.