Juego perverso

Pensando en la polémica del
aborto, se me ocurre una metáfora. Es un partido competitivo, digamos de fútbol
o baloncesto, donde un equipo juega contra otro y, según se dé la cosa y el
árbitro, imparcial o tongo, le da puntos a este equipo o no, va marcando el de dentro o el de fuera, siempre con la camiseta chorreando, las piernas cansadas, las faltas
groseras y los masajistas, que atienden al que cae retorcido de dolor por las
agresiones del contrario, lo resucitan con un spray mágico. Y, cuando los
equipos están en el descanso, va el árbitro, bebe agua de un botijo, se seca el
sudor de la frente, o tirita de frío, y escupe al suelo; esperando a que los
equipos vuelvan a salir al campo, toca el silbato y la pelea vuelve a empezar.
Este desorden mental sobre un tema grave, esta trivialización, sólo se le podía ocurrir al patriarcado.
Los dos equipos dicen que defienden la Vida, que les va la Salud Social y la Ética en ello y que son la Ley. En el campo de juego, la pelota, que es la Dignidad y Libertad de las Mujeres, es lo que se da de golpes contra los palos, el suelo, las canastas, o lo que sea que ese juego tenga como portería para marcar goles.
En la realidad de nuestro ser personas, lo que se hace con esta locura es una burla; un burda, basta, malencarada y malparada burla de lo más serio que podemos ser y tener: nosotras mismas, nuestra persona entera.
Es decir, los jugadores suelen ser unos, y las que pierden, nosotras, las mujeres.
Pues resulta ser que por organización patriarcal, jerárquica y legal por un lado —o sea, digamos, civil— y, sí, también patriarcal, religiosa, eclesiástica y mística por otro, estos dos equipos enfebrecidos se disputan mi útero y sus cometidos; pero son sólo un reato de mal-llamados pastores o autoridades, que se creen que realmente son tales sólo porque se han apropiado de lo que no es suyo: del campo de juego (la Sociedad), de la pelota (la Libertad), de las reglas (las Leyes y los Mandamientos respectivamente), y hasta creen que me llevan a pastar y se ocupan de mi cuerpo, mi sangre, mi alma, mis funciones corporales, mi sexo, mi vida y lo que salga de todo eso, es decir, entre otras realidades posibles mis hijos o mis no-hijos.
El patriarcado es así. Sus agentes, a fuerza de manipularnos por los siglos de los siglos, nos hacen creer y creen que la Vida es suya y que ellos la administran.
Y no nos dejan siquiera pensar que la Realidad es otra cosa.
No hay juego.
No hay equipos, no hay jugadores, porque los que hay son sicarios: que se busquen otra diversión.
Nosotras somos nuestras y de la Vida. Como resulta que la naturaleza nos hizo inteligentes y libres, nadie, sino cada mujer, es quien para tomar decisiones sobre ella y sobre sus quehaceres vitales.
Sabiendo de qué va este perverso “juego” social, lo mejor es apagar, centrarme en mí misma, pensar en lo que me conviene, necesito y quiero, y decidir en consecuencia.
Este desorden mental sobre un tema grave, esta trivialización, sólo se le podía ocurrir al patriarcado.
Los dos equipos dicen que defienden la Vida, que les va la Salud Social y la Ética en ello y que son la Ley. En el campo de juego, la pelota, que es la Dignidad y Libertad de las Mujeres, es lo que se da de golpes contra los palos, el suelo, las canastas, o lo que sea que ese juego tenga como portería para marcar goles.
En la realidad de nuestro ser personas, lo que se hace con esta locura es una burla; un burda, basta, malencarada y malparada burla de lo más serio que podemos ser y tener: nosotras mismas, nuestra persona entera.
Es decir, los jugadores suelen ser unos, y las que pierden, nosotras, las mujeres.
Pues resulta ser que por organización patriarcal, jerárquica y legal por un lado —o sea, digamos, civil— y, sí, también patriarcal, religiosa, eclesiástica y mística por otro, estos dos equipos enfebrecidos se disputan mi útero y sus cometidos; pero son sólo un reato de mal-llamados pastores o autoridades, que se creen que realmente son tales sólo porque se han apropiado de lo que no es suyo: del campo de juego (la Sociedad), de la pelota (la Libertad), de las reglas (las Leyes y los Mandamientos respectivamente), y hasta creen que me llevan a pastar y se ocupan de mi cuerpo, mi sangre, mi alma, mis funciones corporales, mi sexo, mi vida y lo que salga de todo eso, es decir, entre otras realidades posibles mis hijos o mis no-hijos.
El patriarcado es así. Sus agentes, a fuerza de manipularnos por los siglos de los siglos, nos hacen creer y creen que la Vida es suya y que ellos la administran.
Y no nos dejan siquiera pensar que la Realidad es otra cosa.
No hay juego.
No hay equipos, no hay jugadores, porque los que hay son sicarios: que se busquen otra diversión.
Nosotras somos nuestras y de la Vida. Como resulta que la naturaleza nos hizo inteligentes y libres, nadie, sino cada mujer, es quien para tomar decisiones sobre ella y sobre sus quehaceres vitales.
Sabiendo de qué va este perverso “juego” social, lo mejor es apagar, centrarme en mí misma, pensar en lo que me conviene, necesito y quiero, y decidir en consecuencia.