Manual de instrucciones

Para fabricar la paz
consiga para sí
un espacio de silencio.
Siéntese, por ejemplo, en la pradera
o a la sombra de una oliva milenaria
y deje que la tierra
lo suma a usted bajo su lecho
como agua de manantial.
Deje pasar
la sombra de sus pensamientos
en procesión
como vecinos que vuelven de la feria.
Salúdelos, pero no se enganche en sus palabras.
Ellos van a sus cosas.
Usted convoca a la paz.
Para centrar la paz
sitúe su sentir en el pozo de su pecho
al amor de sus pulmones.
Respire lentamente, llenando el cuerpo.
Permita que el aliento de la fe
se extienda por sus miembros,
Observe cómo se forma un arcoíris
desde sus ojos a su vientre.
Respire esa luz.
Sienta su fulgor, su manso velo.
Para vivir la paz
acalle a su memoria en el olvido,
descuelgue sus mil egos del armario
y déjelos sentados en sus sillas,
mientras la luz de la paz
le caricia la frente y las junturas.
Para vestir la paz,
meta despacio los brazos en las mangas,
la cara por el cuello,
abroche los botones de uno en uno
lentamente
y mire al amanecer con los ojos entornados,
mientras respira colores
hasta llenar sus poros.
Para cultivar la paz,
plántela en macetas y jardineras,
riéguela con el júbilo de ser;
descuelgue los plantines por las barandas
y los balcones de su casa,
encienda las flores
y deje a la enredadera
trepar por las paredes del comedor,
cubrir la bancada de la cocina, llenar su boca,
reptar por aceras y barrancos y… ¡ríase!
La paz no permite gritos ni batallas.
No habla del amor. No teme al miedo. No hace justicia.
Para afianzar la paz sea amable con sus guerras
y las guerras de los otros,
abra la sonrisa, el corazón y el gesto
Comparta su luz y, también, guárdela.
Ríndase a la paz. Vendrá a abrazarle, anidará en sus manos.
Salude a sus vecinos.
Permita que esa brisa, ese color, ese arcoíris, esa luz
le floten en sus ondas…y, en su fluir le lleven...