Por qué decir "Poetisa"
De la palabra griega ποιητής, poietés, salió poeta y poetisa. Quien hace poiesis es alguien que crea y dice lo creado.
Desde antiguo, por cuestiones de uso y prestigio de todo lo masculino y porque el mundo de los hombres ha descalificado con palabras denigrantes lo poco que ha reconocido de las aportaciones de las mujeres, poetisa se ha tomado como si significase que ella es un poeta de rebajas, como si, por ser mujer, escribiera un tipo de poesía diferente, débil, cursi, inferior, femenina; como si, por ser mujer, la poetisa fuese hija de una musa menor, menos inspirada o valiosa que la musa de los poetas.
Si desde siempre eso ha sido así, también es cierto que las poetisas desde antiguo se han caracterizado por la originalidad y la valentía; y cuando digo antiguo, me refiero, por ejemplo a Safo de Lesbos, a Corina la griega, a Telsilla de Argos y otras poetisas del siglo V antes de Cristo; pero sobre todo me refiero, a Enheduana, la poetisa sumeria de hace dos mil quinientos años, que inicia la historia de la poesía con los cantos de Inana. Yo tomo ese referente, porque es la voz única de la mujer, con toda su fuerza, la que abre la literatura universal; y para nada creo en la minusvalía de las poetisas, de las mujeres, sino en su heroísmo histórico y salvador de la vida, castigado por el mundo masculino y patriarcal.
Por tanto, hoy, yo, que como feminista reivindico la igualdad en el respeto a la diferencia, afirmo que una poetisa no es menos que un poeta.
Pero tengo otras razones.
Yo reclamo ante la Real Academia de la Lengua Española, la RAE por el desprestigio contemporáneo de la palabra poetisa. Reclamo porque su acepción de poeta / poetisa de 2001: “Poeta: persona que escribe poesía” / “Poetisa: mujer que escribe poesía”, cuando antes de esa fecha definía: “Poeta: hombre que escribe poesía” y “Poetisa: mujer que escribe poesía”. La reclamo porque la RAE, que levanta como bandera su famoso limpia, fija y da esplendor (lema que me suena a propaganda de un detergente), al aceptar la acepción poeta para “persona que escribe poesía”, está fijando un uso que se ha hecho común para hombres y mujeres. Fija un uso, pero no le da esplendor, ni lo limpia, sino confunde y tal vez ¿denigra? Lo argumento así: poeta resulta que se convierte en genérico de persona que escribe poesía; pero ¿poetisa? ¿qué es? Si poeta es toda “persona que escribe poesía” y poetisa es “mujer que escribe poesía”, ¿será entonces que para la RAE la mujer que escribe poesía no es persona (a no ser que se llame poeta)?
Con ese quiebro al lenguaje, la RAE ha fijado un doblete: un uso y un mal uso: un uso despectivo o menor. Pero, francamente, esa falta de esplendor y de limpieza que ha plasmado (¿quizá sin darse cuenta de las implicaciones? ¡lo dudo! ¡No suele haber obras tan inocentes entre los hombres que manejan las instituciones del patriarcado!) la RAE ignora la historia de la palabra y su significado total. De todas maneras, la verdad, no me extraña que la RAE no se dé cuenta de las implicaciones sexistas y/o machistas de la lengua que fija (sin limpiarla ni darle esplendor), ya que hasta ahora ha dado muchas muestras de sexismo (ajenas a este debate) que no merecen precisamente mi profundo respeto (aunque su trabajo me merece algún respeto).
Reflexionar sobre diccionarios y usos comunes, me lleva a comparar la normativa con la realidad, y entonces, el tema pasa de ser polémico a ser subjetivo, intersubjetivo, filosófico e histórico; porque detrás de los nombres de la realidad hay siempre una filosofía de vida.
Si me considero persona –¡en fin, lo soy!–, entonces, ¿debería prescindir de todas las formas diferenciadamente femeninas, incluidas las desprestigiadas pitonisa y sacerdotisa (palabras que, por cierto, me parecen hermosas)? Entonces, deberíamos prescindir también de lideresa, tigresa, heroína, alcaldesa… etc, y ¿convertirlas en ¿qué? ¿en sacerdota, pitona, lídera, tigra, héroa, alcalda?
Si en cambio uso nombres femeninos, ¿debería considerar entonces, por reducción, que si me nombro como “mujer que escribe poesía”, es decir, poetisa, es porque no soy persona, sólo mujer? ¿La mujer, entonces, según la RAE o según quien sea, la poetisa, no es persona? ¿Así lo ven quienes no quieren usar poetisa, porque les parece una clasificación menor o demasiado específica; porque habla de, “poesía femenina”? Pues, no. Ahí, me remito de nuevo al diccionario: “Poetisa: mujer que escribe poesía”; no: mujer que escribe poesía femenina.
Reflexionando así, la verdad, acabo perdiéndome. El tema me lleva a una guerra de sexos–géneros–lingüismo–agotamiento, en la que no me gusta estar. Porque mi uso de la palabra poetisa no sólo no hay descalificación alguna ni compartimentación, más allá de que las personas, generalmente, somos hombres o mujeres y no las dos cosas (aunque a veces sí) ni tenemos otros sexos alternativos (aunque a veces también). En definitiva, si soy mujer y escribo poesía, soy poetisa. Me gusta llamarme así.
Mansamente, prefiero escuchar las voces de quienes reivindican el uso de la palabra poetisa y unirme a ellos. Se trata de escritores tan nombrados y respetados como Jorge Guillén, Antonio Machado, Rosa Chacel o Carmen Conde. Pero, en verdad, no es porque sean grandes, sino porque me alío subjetivamente con ellos y a ellos los siento conmigo.
Reivindico el término poetisa, con ellos, a pesar de la RAE y del posible desprestigio social o histórico de la palabra (al fin y al cabo, también la palabra mujer tiene una etimología lamentable, pues viene de mullier, en la antigua Roma, donde sólo las casadas podían ser mullier; las demás no eran nada si a partir de la pubertad no se casaban; la raíz de mullier es mull–, que significa muelle, blanda, adaptable, o moll–, ya que las vocales son muy variables, que significa mojada, húmeda, confortable. Un origen dependiente, definido por el varón, para y por su conveniencia, que en nada ennoblece al ser mujer; pero resulta que es el término que tenemos…).
Si reivindico decir poetisa, pues, es básicamente porque me gusta; porque me individualiza, porque me siento incluida, nombrada y referenciada en el seno de esa palabra hermosa que suena a poesía, a música y a historia, a magia y a creación con la palabra, y también a mujer–persona que hace esos actos tan bellos y vitales como simbólicos y únicos.
En fin, propongo que el asunto ni siquiera tiene que ser polémico. Puede dejarse la polémica a un lado, y considerar que es posible tratar el tema como algo plural, una cuestión de referentes diferenciados, para incluir a todas las personas en el espectro.
Todo lo que he argumentado no quita para que, si las mujeres poetas se quieren llamar a sí mismas poetas, y no poetisas, yo lo respete para ellas, pues es su opción. Cuando leo poesía escrita por una mujer, en principio, como no sé cómo prefiere llamarse a sí misma, le aplico la palabra que más respeto para ella: poetisa. Ahora bien, si como algunas amigas poetas que tengo, esa mujer prefiere llamarse poeta, pues para ella diré poeta. Pero seguiré reivindicando la filosofía detrás de la palabra poetisa, porque me parece sugerente, bella, poética, cargada de referencias históricas, de libertad, de juego, de música y de alegría de ser así.
Dejo unas webs para rastrear y seguir pensando.
· Sobre poetisas griegas
· Sobre Enheduana
· Sobre llamarse poeta o poetisa
Desde antiguo, por cuestiones de uso y prestigio de todo lo masculino y porque el mundo de los hombres ha descalificado con palabras denigrantes lo poco que ha reconocido de las aportaciones de las mujeres, poetisa se ha tomado como si significase que ella es un poeta de rebajas, como si, por ser mujer, escribiera un tipo de poesía diferente, débil, cursi, inferior, femenina; como si, por ser mujer, la poetisa fuese hija de una musa menor, menos inspirada o valiosa que la musa de los poetas.
Si desde siempre eso ha sido así, también es cierto que las poetisas desde antiguo se han caracterizado por la originalidad y la valentía; y cuando digo antiguo, me refiero, por ejemplo a Safo de Lesbos, a Corina la griega, a Telsilla de Argos y otras poetisas del siglo V antes de Cristo; pero sobre todo me refiero, a Enheduana, la poetisa sumeria de hace dos mil quinientos años, que inicia la historia de la poesía con los cantos de Inana. Yo tomo ese referente, porque es la voz única de la mujer, con toda su fuerza, la que abre la literatura universal; y para nada creo en la minusvalía de las poetisas, de las mujeres, sino en su heroísmo histórico y salvador de la vida, castigado por el mundo masculino y patriarcal.
Por tanto, hoy, yo, que como feminista reivindico la igualdad en el respeto a la diferencia, afirmo que una poetisa no es menos que un poeta.
Pero tengo otras razones.
Yo reclamo ante la Real Academia de la Lengua Española, la RAE por el desprestigio contemporáneo de la palabra poetisa. Reclamo porque su acepción de poeta / poetisa de 2001: “Poeta: persona que escribe poesía” / “Poetisa: mujer que escribe poesía”, cuando antes de esa fecha definía: “Poeta: hombre que escribe poesía” y “Poetisa: mujer que escribe poesía”. La reclamo porque la RAE, que levanta como bandera su famoso limpia, fija y da esplendor (lema que me suena a propaganda de un detergente), al aceptar la acepción poeta para “persona que escribe poesía”, está fijando un uso que se ha hecho común para hombres y mujeres. Fija un uso, pero no le da esplendor, ni lo limpia, sino confunde y tal vez ¿denigra? Lo argumento así: poeta resulta que se convierte en genérico de persona que escribe poesía; pero ¿poetisa? ¿qué es? Si poeta es toda “persona que escribe poesía” y poetisa es “mujer que escribe poesía”, ¿será entonces que para la RAE la mujer que escribe poesía no es persona (a no ser que se llame poeta)?
Con ese quiebro al lenguaje, la RAE ha fijado un doblete: un uso y un mal uso: un uso despectivo o menor. Pero, francamente, esa falta de esplendor y de limpieza que ha plasmado (¿quizá sin darse cuenta de las implicaciones? ¡lo dudo! ¡No suele haber obras tan inocentes entre los hombres que manejan las instituciones del patriarcado!) la RAE ignora la historia de la palabra y su significado total. De todas maneras, la verdad, no me extraña que la RAE no se dé cuenta de las implicaciones sexistas y/o machistas de la lengua que fija (sin limpiarla ni darle esplendor), ya que hasta ahora ha dado muchas muestras de sexismo (ajenas a este debate) que no merecen precisamente mi profundo respeto (aunque su trabajo me merece algún respeto).
Reflexionar sobre diccionarios y usos comunes, me lleva a comparar la normativa con la realidad, y entonces, el tema pasa de ser polémico a ser subjetivo, intersubjetivo, filosófico e histórico; porque detrás de los nombres de la realidad hay siempre una filosofía de vida.
Si me considero persona –¡en fin, lo soy!–, entonces, ¿debería prescindir de todas las formas diferenciadamente femeninas, incluidas las desprestigiadas pitonisa y sacerdotisa (palabras que, por cierto, me parecen hermosas)? Entonces, deberíamos prescindir también de lideresa, tigresa, heroína, alcaldesa… etc, y ¿convertirlas en ¿qué? ¿en sacerdota, pitona, lídera, tigra, héroa, alcalda?
Si en cambio uso nombres femeninos, ¿debería considerar entonces, por reducción, que si me nombro como “mujer que escribe poesía”, es decir, poetisa, es porque no soy persona, sólo mujer? ¿La mujer, entonces, según la RAE o según quien sea, la poetisa, no es persona? ¿Así lo ven quienes no quieren usar poetisa, porque les parece una clasificación menor o demasiado específica; porque habla de, “poesía femenina”? Pues, no. Ahí, me remito de nuevo al diccionario: “Poetisa: mujer que escribe poesía”; no: mujer que escribe poesía femenina.
Reflexionando así, la verdad, acabo perdiéndome. El tema me lleva a una guerra de sexos–géneros–lingüismo–agotamiento, en la que no me gusta estar. Porque mi uso de la palabra poetisa no sólo no hay descalificación alguna ni compartimentación, más allá de que las personas, generalmente, somos hombres o mujeres y no las dos cosas (aunque a veces sí) ni tenemos otros sexos alternativos (aunque a veces también). En definitiva, si soy mujer y escribo poesía, soy poetisa. Me gusta llamarme así.
Mansamente, prefiero escuchar las voces de quienes reivindican el uso de la palabra poetisa y unirme a ellos. Se trata de escritores tan nombrados y respetados como Jorge Guillén, Antonio Machado, Rosa Chacel o Carmen Conde. Pero, en verdad, no es porque sean grandes, sino porque me alío subjetivamente con ellos y a ellos los siento conmigo.
Reivindico el término poetisa, con ellos, a pesar de la RAE y del posible desprestigio social o histórico de la palabra (al fin y al cabo, también la palabra mujer tiene una etimología lamentable, pues viene de mullier, en la antigua Roma, donde sólo las casadas podían ser mullier; las demás no eran nada si a partir de la pubertad no se casaban; la raíz de mullier es mull–, que significa muelle, blanda, adaptable, o moll–, ya que las vocales son muy variables, que significa mojada, húmeda, confortable. Un origen dependiente, definido por el varón, para y por su conveniencia, que en nada ennoblece al ser mujer; pero resulta que es el término que tenemos…).
Si reivindico decir poetisa, pues, es básicamente porque me gusta; porque me individualiza, porque me siento incluida, nombrada y referenciada en el seno de esa palabra hermosa que suena a poesía, a música y a historia, a magia y a creación con la palabra, y también a mujer–persona que hace esos actos tan bellos y vitales como simbólicos y únicos.
En fin, propongo que el asunto ni siquiera tiene que ser polémico. Puede dejarse la polémica a un lado, y considerar que es posible tratar el tema como algo plural, una cuestión de referentes diferenciados, para incluir a todas las personas en el espectro.
Todo lo que he argumentado no quita para que, si las mujeres poetas se quieren llamar a sí mismas poetas, y no poetisas, yo lo respete para ellas, pues es su opción. Cuando leo poesía escrita por una mujer, en principio, como no sé cómo prefiere llamarse a sí misma, le aplico la palabra que más respeto para ella: poetisa. Ahora bien, si como algunas amigas poetas que tengo, esa mujer prefiere llamarse poeta, pues para ella diré poeta. Pero seguiré reivindicando la filosofía detrás de la palabra poetisa, porque me parece sugerente, bella, poética, cargada de referencias históricas, de libertad, de juego, de música y de alegría de ser así.
Dejo unas webs para rastrear y seguir pensando.
· Sobre poetisas griegas
· Sobre Enheduana
· Sobre llamarse poeta o poetisa