Marta Abadía, Eco-feminista, Poetisa, Relatora
  • Mi trabajo, mis libros
    • PRESENTACIÓN
    • Capítulo I: Un país para un sueño
    • "De Lambrini a Lambrini"
    • De "Vivir es un laberinto"
    • De: "Cruces y nombres"
    • Capítulo I: El canario desnudo
  • Filosofía
    • Sobre la poesía
    • Qué es para mí escribir
    • La literatura, un espejo
    • Decir poetisa
    • ¿Qué es "política"?
    • Carta abierta a "t" mayúscula
    • Feminista
    • Pisos de control
    • Juego Perverso
    • Eco-feminismo
    • ¿Quiénes somos las personas?
  • Poetizando
    • Lluvia en mano
    • A mi hermano José María Munuera, muerto el 9 de julio de 2015
    • El túnel de tu nombre
    • Veintiuna palabras
    • ¡Feliz día, Mujeres!
    • Hasta siempre, hermana
    • Carta del mar
    • Meditación
    • Saber amor
    • Llegó el invierno
    • Pensar en ti
    • Gratitud
    • Tu, mi almohada
    • Yo te siento, barca
    • Amarte, amor
    • Tu, mi espejo
    • Tu mi viaje
    • Soy tu-soy
    • Buen día
    • Entibiar el invierno
    • Canción de otoño
    • Yo te sigo, inspiración
    • Yo te sigo, camino
    • Yo te sigo, estrella
    • Yo te sigo, ruta
    • Yo te sigo, compañía
    • Yo te sigo, mi vida
    • Yo te sigo, mi amor
    • Yo te sigo
    • Tal como somos
    • Amar en otoño
    • Nostalgiar
    • Resucitar
    • Duelo
    • Encuentro
    • Amor mío, miamor
    • Miamor
    • Corazón habitado de caléndulas
    • Estado de gracia
    • Color
    • Abrazo
    • Beso
    • Amor de primavera
    • Manual de instrucciones
    • Dialemando
    • Lago de mar
    • Mujer
    • Noria del mar
    • Carta a un presidente que declaró la guerra
  • Relatora
    • Cajas
    • La cometa y el dragón
    • Espejo
    • Ser amarga
    • Salvando a Irma
    • Dos microrrelatos
  • Niñes
  • Blog de noticias
  • Blog de historias
  • Datos
  • Enlaces y contacto

Sobre el perdón y quiénes somos las personas

ImagenNiño con Paloma. Pablo Ruiz Picasso
Como fui educada en el valor de pedir perdón, cuando hago algo mal, me equivoco o no consigo llegar a cumplir mis compromisos, he pasado años y años pidiendo perdón por todo, hasta por existir y ser “así”: a veces molesta, a veces diferente, a veces peculiar o incomprensible; pero siempre queriendo el imposible de hacer las cosas bien.

Un día encontré a alguien que, cada vez que me equivocaba y yo le pedía perdón, me decía, sabio e incansable: “Pide perdón sólo a Dios; y ¡después de pecar!”. Y, a pesar de lo bravo de su muletilla, me hizo pensar.

De repente, ya no soy un ser que yerra y pide perdón —a dios o a sus mandatarios— porque merezca ser perdonada ni porque esas personas puedan perdonarme. Después de todo, ¿no es absurdo pensar que alguien, que es mi igual y que también a veces se equivoca, pueda o deba perdonarme? ¿Quién es quién para perdonar a una igual? ¿No es soberbio pensar que yo o tú somos alguien para perdonar a otra persona? Porque, en el fondo, si somos iguales y si no podemos evitar equivocarnos, al final, más que perdonar, deberíamos tener compasión de esa fragilidad a la que las personas estamos todas sometidas por el mero hecho de ser humanas. Cuando los latinos decían; “Errare humanum est”, no querían decir lo que suele interpretarse, que errar es humano; sino que no es posible no errar, siendo un ser humano.

Pienso que hay —simplificando por supuesto— en los extremos del espectro dos tipos de personas: las que se equivocan y por equivocarse hacen daño; y las que, queriendo hacer daño, lo hacen conscientemente (éstas últimas, por cierto, como también se equivocan, de vez en cuando hacen bien a otras personas sin querer). Razono que las personas que pretenden hacer daño no van a pedir perdón, y, si lo piden, será siempre un perdón falsario y mentiroso que sólo se propone lustre personal.

Pero quienes queriendo hacer las cosas bien nos equivocamos no deberíamos pedir perdón, sino consuelo; decir algo así como: “uf, me equivoqué, me salió mal, por favor, consuélame”. Porque bastante desgracia tenemos con nuestro error para encima merecer castigo, humillación o vergüenza por habernos equivocado; y, no siendo dioses, lo que nuestros iguales sí pueden darnos es comprensión, apoyo y cuidado. Sobre todo para poder seguir adelante como personas dignas, capaces de sonreírnos las unas a las otras y seguir marchando adelante con  nuestros éxitos y nuestras fragilidades.


Imagen
www.mirartegaleria.com
Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.