Desde que supimos que el rey había abdicado en su hijo, no hemos parado de darle vueltas a las hipótesis más naturales, que se van formando como consecuencia de sueños que se nos traman solos en las trastiendas del corazón; y también, claro, del disgusto en que nos mantiene el indigno estado de este país —que nos invita a vomitar de asco a cada minuto—, porque la apestosa enfermedad que se ceba con el mundo ya nos va pudriendo las esperanzas.
Porque, qué decir si, ante estas causas que podemos resumir en: crisis económica y de gobierno, corrupción y políticas mentirosas para España, que contribuyen a raudales a incrementar la miseria del mundo, la lluvia ácida, el cambio climático, el dolor, el tráfico de armas, las hambrunas, la desigualdad, el enriquecimiento de los ricos, el maltrato a las mujeres, la prostitución, la trata de personas, la sangre de los inmigrantes atrapados en cuchillas asesinas en nuestras fronteras, etcétera; ante los males que convierten nuestro espacio vital en un estercolero que nos lleva a preguntarnos cada mañana en qué lugar del mundo que no huela a podrido podríamos vivir tranquilos, de repente, resulta que el rey abdica. Y, entonces, el pensamiento se nos dispara en conjeturas:
¿Te imaginas —me dices— que el príncipe sube al trono y lo primero que hace es disolver la monarquía?
¿Qué tal —te respondo— si el chico tiene conciencia y, rompiendo la ley sálica, reconoce que no es digno de heredar la corona porque sus hermanas mayores van antes que él?
¿Qué salpicadura de corrupciones nos caerían, por ejemplo, desde un Urdangarín a una Cristina que no se enteraba de lo que tenía en casa?
¿Y si Felipe prefiriese irse de crucero y abdicar en una de sus hijitas?
¿Y si el pueblo saliera a la calle y se pronunciara en masa por una república, indicando que todo el dinero que se va en monarcas, familiares y cacerías se puede dedicar, por ejemplo, a medidas de desarrollo o a educación o a acuerdos inter-fronterizos por los derechos humanos?
¿Y si resultara que Felipe, con sus ganas de gobernarnos, se presentase a elecciones para rey? ¿Lo votarían? Yo creo que podría ocurrir que saliera rey electo —me comentas—; porque España no sólo está empeñada en cometer errores, sino más aún en ratificarlos e incluso en celebrarlos… Sería diferente —corroboro—; pero, al menos, quedaría un poco más democrático ser rey electo, que ser rey por causa del imaginario mandato de su dios o por el color azul de su sangre (que sólo él, entre sus iguales, heredó de su papá; bueno, y de su mamá, que también es reina…)
¿Y si se hiciera un referéndum a ver qué quiere el pueblo? ¿Saldría República? Porque… —comentas—: ¿para qué sirve un rey, aparte de para recibir con pompa y alfombra roja a otros jefes de estado?
¿Y si Felipe se pusiera a trabajar por ejemplo de profesor de vela y viviera de eso, mientras su Cenicienta-princesa se volviera a los informativos de la tele? Eso sería increíble: podría llenar programas y programas de cotilleos regios —trasnochados— que darían hasta para publicar nuevas revistas del corazón…
En fin: dejamos de soñar.
En menos de lo que tardamos en darnos cuenta, las Cortes, que parecen no tener cometidos con la sociedad y sí con el estatus político, nos habrán hecho una ley orgánica de sucesión a la corona a la medida de esta circunstancia, y los informativos de la tele nos deleitarán con ceremonias lujosas de democracia reinante y felipez insulsa.
Y, cuando se calme lo aparente, seguiremos en la realidad de la crisis, los problemas de pérdida de derechos, la mordaza de las bocas que nos va apretando el ministro de in-justicia, el loor del gobierno y el rebuscar de los pobres en los cubos de basura. Y también en el miedo; porque nos han convertido la palabra en delito, los sueños en podredumbre, las decisiones personales en imposibles y la necesidad y la pérdida de derechos sociales en norma de estado.
Nos queda llorar...O ¡tal vez no! Mejor, como dice Fausto Valdés, "nos queda vivir, con lágrimas y risas, amores y desengaños y seguir así, haciendo caminos, caminos sobre la mar".
Porque, qué decir si, ante estas causas que podemos resumir en: crisis económica y de gobierno, corrupción y políticas mentirosas para España, que contribuyen a raudales a incrementar la miseria del mundo, la lluvia ácida, el cambio climático, el dolor, el tráfico de armas, las hambrunas, la desigualdad, el enriquecimiento de los ricos, el maltrato a las mujeres, la prostitución, la trata de personas, la sangre de los inmigrantes atrapados en cuchillas asesinas en nuestras fronteras, etcétera; ante los males que convierten nuestro espacio vital en un estercolero que nos lleva a preguntarnos cada mañana en qué lugar del mundo que no huela a podrido podríamos vivir tranquilos, de repente, resulta que el rey abdica. Y, entonces, el pensamiento se nos dispara en conjeturas:
¿Te imaginas —me dices— que el príncipe sube al trono y lo primero que hace es disolver la monarquía?
¿Qué tal —te respondo— si el chico tiene conciencia y, rompiendo la ley sálica, reconoce que no es digno de heredar la corona porque sus hermanas mayores van antes que él?
¿Qué salpicadura de corrupciones nos caerían, por ejemplo, desde un Urdangarín a una Cristina que no se enteraba de lo que tenía en casa?
¿Y si Felipe prefiriese irse de crucero y abdicar en una de sus hijitas?
¿Y si el pueblo saliera a la calle y se pronunciara en masa por una república, indicando que todo el dinero que se va en monarcas, familiares y cacerías se puede dedicar, por ejemplo, a medidas de desarrollo o a educación o a acuerdos inter-fronterizos por los derechos humanos?
¿Y si resultara que Felipe, con sus ganas de gobernarnos, se presentase a elecciones para rey? ¿Lo votarían? Yo creo que podría ocurrir que saliera rey electo —me comentas—; porque España no sólo está empeñada en cometer errores, sino más aún en ratificarlos e incluso en celebrarlos… Sería diferente —corroboro—; pero, al menos, quedaría un poco más democrático ser rey electo, que ser rey por causa del imaginario mandato de su dios o por el color azul de su sangre (que sólo él, entre sus iguales, heredó de su papá; bueno, y de su mamá, que también es reina…)
¿Y si se hiciera un referéndum a ver qué quiere el pueblo? ¿Saldría República? Porque… —comentas—: ¿para qué sirve un rey, aparte de para recibir con pompa y alfombra roja a otros jefes de estado?
¿Y si Felipe se pusiera a trabajar por ejemplo de profesor de vela y viviera de eso, mientras su Cenicienta-princesa se volviera a los informativos de la tele? Eso sería increíble: podría llenar programas y programas de cotilleos regios —trasnochados— que darían hasta para publicar nuevas revistas del corazón…
En fin: dejamos de soñar.
En menos de lo que tardamos en darnos cuenta, las Cortes, que parecen no tener cometidos con la sociedad y sí con el estatus político, nos habrán hecho una ley orgánica de sucesión a la corona a la medida de esta circunstancia, y los informativos de la tele nos deleitarán con ceremonias lujosas de democracia reinante y felipez insulsa.
Y, cuando se calme lo aparente, seguiremos en la realidad de la crisis, los problemas de pérdida de derechos, la mordaza de las bocas que nos va apretando el ministro de in-justicia, el loor del gobierno y el rebuscar de los pobres en los cubos de basura. Y también en el miedo; porque nos han convertido la palabra en delito, los sueños en podredumbre, las decisiones personales en imposibles y la necesidad y la pérdida de derechos sociales en norma de estado.
Nos queda llorar...O ¡tal vez no! Mejor, como dice Fausto Valdés, "nos queda vivir, con lágrimas y risas, amores y desengaños y seguir así, haciendo caminos, caminos sobre la mar".